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Todo era negro. El peso de mi cuerpo era una incógnita que no me importaba resolver. Lo último que hice , fue mirar hipnotizado una enorme nube cumulonimbus que se aproximaba al jardín de mi casa, anunciando una fuerte tormenta para el resto del día. Ya no estoy en mi reposera, aquella fría textura de las mallas de plástico y fierros angulares, se transformaron en pasto que se sentía como seda y en tierra que parecía arena, ocupando el espacio entre los dedos de mis manos. A pesar de estar inmovilizado, no me sentía ansioso. Es como si mi cuerpo hubiera entendido antes que mi mente que este es un lugar seguro. Tampoco vi las nubes que se estacionaban encima mío, solo un cielo de temprana mañana, en donde los rayos del sol apenas abrigan mis mejillas. Antes de que pudiera preguntarme en donde estaba, unos murmullos que se escabullían entre el pasto comenzaron a sonar.

Me costo mucho levantarme, y eso que odio dormir. El pasto se había convertido en la cama perfecta y fue lo único que me resultó familiar durante minutos. Ni siquiera las colinas que se filtraban entre mis parpados se curvaban como suponía. Habiendo juntado la fuerza necesaria para ponerme de pie, no estaba preparado aún para abrir mis ojos del todo, incluso aquello me parecía vertiginoso. Pero en medio de la disputa entre mi cuerpo y mente, una voz suena detrás mío. No dice mi nombre, pero mi ego (y el hecho de no ver a ningún otro ser alrededor mio) me lleva a pensar que me está llamando o al menos, invitando. De pronto aquel pasto que se movía tenuemente entre mis pies se vuelve arena, y me arrastra hacia una orilla que antes no había percibido...uno sabe cuando tiene orilla cerca. En frente mío, un océano de nubes que mutaban como olas y flotando sobre ellas, una anima.
Esta es la canción que cantó

Una brisa con olor a durazno me sacó de la orilla de este mar de nubes, y me guió hasta este campo enorme, con un pasto que me llegaba a la cintura. Sentía el pulso de la tierra debajo de mis pies,y lo que antes era una plácida brisa, se convirtió en un viento descomunal que azotaba al pasto, que ahora sus latigazos crearon una percusión que tapaba cualquier monólogo interno que pudiera estar ocurriendo en mi cabeza, solo me quedaba bailar.
La ánima en la orilla volvió para cantar entre el pasto danzante.

Siempre me gustó caminar, es un lapso de tiempo en el cual por alguna razón no me siento responsable de nada ni de nadie. Aquello en lo que se posan mis ojos es inspiración para una idea fugaz, y su desarrollo esta limitado por cuanto puedo torcer la cabeza hasta perderlo de vista. Este lugar me da la oportunidad de no perderme nada. Flora y fauna que nunca había visto, sedimentos que coloreaban piedras con extrañas terminaciones. Todo era una excusa para seguir caminando. Todo podía ser una guía, un punto de referencia al cual volver para tomar otro camino.Amo merodear. El tiempo acá no existe.

Lo que si existe es el cansancio, y si bien me sentía bien durante esta caminata, mi cuerpo quiso reposarse en este pequeño pantano que estaba encerrado entre dos montañas. Otra vez no tuve mas remedio que hacerle caso, es como si la razón y el responsable de enviar señales a mi sistema ya no era de mi cerebro, sino mis extremidades. Mejor, mas espacio para imaginar y crear. Me quedé mirando un cuerpo de agua que estaba en el medio del pantano, me preocupaba no sentir que estaba recomponiendo energía, sino que la estaba gastando en contemplar los pequeños movimientos de este charco. Empecé a transpirar, este micro bioma había invocado una humedad de verano bestial, y empecé a fastidiarme. Pero mi mirada no se movió un centímetro, supongo que la agoté después de revolear mis ojos constantemente en esa caminata eterna. Tardé en darme cuenta que lo que estaba mirando ya no era el agua, sino un halo brillante que absorbía el agua a su alrededor y flotaba como un ente gelatinoso. Mi visión se tornó negra, sólo enfocándome en esta "cosa", como si fuese una estrella de teatro a la que le dan su propio foco en un monólogo. Me encantaría saber que pasó después pero no tengo idea, solo se que se hizo noche y tenía energía para seguir.

Amo correr, mas si tengo un campo enorme a mi disposición. La temperatura ideal, con una brisa que solo se iba acrecentando a la par de mi velocidad. Dejé de sentir los pies, mi aliento empezaba a mover la copa de los arboles y mis brazos tajeaban al viento abriéndolo de par en par. No quería parar. Al igual que caminar, en este limbo kinetico no hay responsabilidades. Aún mejor, sentía que escapaba. Hasta donde yo sé, podían haber pasado horas desde que arranque, el paisaje era el mismo. Pase tanto tiempo mirando hacía adelante que nunca me percaté de mi compañía: un ente de seda blanca brillante que iluminaba los troncos de los arboles y las malezas que ya me había acostumbrado a rozar vertiginosamente. Después de lo que solo puede describir como la eternidad mas rápida que hubo, la flora luminiscente que parecía no tener fin, comenzó a escasear. Otra vez mi cuerpo demandó detenerse, y yo cedí con mayor facilidad, ya estaba entendiendo que no debía forzar absolutamente nada. Cuando me pude percatar, estaba en una llanura. Ya sin mi compañía que alumbraba, mi única fuente de luz era el violeta que se formaba entre la mezcla de las estrellas, la luna y la tierra. Y ahí estaba yo, completamente agotado. Como si hubiese hecho un esfuerzo divino en desmaterializarme mediante la proeza física, apenas pudiendo fijar mi ojos en la mejor luna que vi en mi vida. Ahí estaba yo. Ojos en Blanco. Baba en la cara. Mente Tranquila. Una Sonrisa.

Todo lo que no puedo explicar. Lo bueno y lo malo. La expresión más bruta y honesta.

Que decir... todo tan nuevo y desconocido. Después de explotar, asumir que todo lo que me abrazó en este viaje me era ajeno. Solo era un espectador. Ante la ansiedad y las incertidumbres que me esperaban abajo, solo quedaba respirar profundo. Un cielo pálido y pastel, de un color pastiche digno de cómo me sentía en ese momento. Hacia tiempo que no meditaba, este me parecía un buen momento como para volver a hacerlo. Camine hasta encontrar un lago rodeado de unas colinas. Su agua espesa irradiaba un color iridiscente, que usualmente odiaría pero esta ves no me disgustaba y en cierto punto me ayudó a relajarme.

Todo tiene un fin, incluso acá. Después de vivir eternidades, de no sentir las horas en el cuerpo, estaba nuevamente sometido a lo inevitable. No es trágico, es mas bien necesario. Creo que vivir en ese lugar no solo significaba dejar de lado mi vida, sino también despojarme de aquello que me hace humano, o al menos lo que me hace ser yo. Y creo que no puedo renunciar a eso, por mas que ame la idea de dormir el resto de mis noches en una de las colinas en donde me desperté. La tierra y sus habitantes decidieron despedirme. Su flora enredándose en mi cuerpo, las montañas acercándose, los guardianes de seda tocando sus instrumentos, y la anima otra vez cantando una canción. Si bien era innegable el gusto semi-amargo de este suceso, la calidez de la despedida era todo lo que podría llegar a desear de una separación.

Se formó un pasillo entre las montañas, y al fondo un portal blanco. Podía estar a kilómetros de distancia pero su calor lo sentía en la punta de mi nariz. La flora que me retenía el cuerpo empezó a apuntar hacia el, como si tuviera la fuerza de absorber todo este lugar. Corrí hacia el, y lo hice llorando. Un llanto que solo lo puedo describir como agradecimiento, en donde mis lagrimas iban a ser mi única verdadera marca en esta tierra, un souvenir para la ánima y los guardianes. Entre las paredes que crearon las montañas, se empezó a filtrar el cielo. Y como si las nubes erosionaran aquellas piedras y su tierra, luces empezaron a emitir de todos lados enganchándose en mi pecho y tirando con fuerza hacia el portal. Después de un grito mio que no pude escuchar, estoy en mi computadora escribiendo esto.

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